El artículo de Gonzalo Rojas explica las causas de el nuevo alineamiento político que Bolivia observa. Se analiza la profunda voluntad democrática frente a la arremetida autoritaria del gobierno masista.
Como en muchos octubres en Bolivia ocurren cosas importantes. Después del mazazo de La Haya el panorama político interno empieza a tomar una ruta de esperanza. Se mezcló, inevitablemente, la agenda internacional con la interna. Sobre la primera se ha escrito y coincido con que los lamentos no nos ayudan, pero es urgente recomponer la amenazada democracia boliviana.
A la vigorosa reafirmación de la ciudadanía de la conmemoración del 10 de octubre de 1982 hay que sumarle la esperada emergencia de una candidatura que tendrá que devenir liderazgo para proyectarse con éxito. Desde que el empecinamiento oficialista decidió desobedecer un mandato explícito de no más reelección del Art. constitucional 168, los bolivianos y las bolivianas hemos desplegado energía ciudadana para no perder la conquista del orden democrático con libertades básicas que solamente los mercaderes del alma desdeñan (y los que se benefician con muy prosaicos deleites).
Con toda su diversidad, plataformas y agrupaciones entre indignación y compromiso han ido sosteniendo una movilización que no soñaron los masistas cuando el indigno grupo de jueces fueron contra la propia Constitución que debían proteger. Pero tal energía tenía que encontrar su cauce para reinstitucionalizar la democracia en riesgo de ser desbaratada por un grupo –grande, es verdad– pero que no puede reclamarse como pueblo ya. La comprensión básica de que las disputas se definen en el voto vale en tanto se acaten por los eventuales perdedores, no sólo cuando el resultado les favorece. Eso es conducta de matón.
Hay motivo para la esperanza cuando un partido pequeño, el Frente Revolucionario de Izquierda pone a disposición su registro como organización política, del ciudadano Carlos Mesa, el que más alto marca en las encuestas junto con el caudillo de ilegal propósito de reelección. Porque la apurada aprobación de la Ley de Organizaciones Políticas (LOP) con el que el MAS intentó dejar en fuera de fuego a la oposición está siendo sorteada por esta inicial alianza que hasta donde se sabe no condiciona, por ejemplo, la candidatura a la vicepresidencia, crucial para pensar en un arco de alianzas que evite dejar al candidato y potencial futuro gobernante en orfandad a la hora de establecer una transición que recomponga y vitalice el orden democrático y detenga la depredación de la naturaleza por la compulsión de contar con recursos financieros para seguir alimentando la ilusión de riqueza y el stock necesario para la maquinaria prebendal de la adhesión interesada.
El mismo Tribunal Supremo Electoral, proyectista de la LOP reconoció ese apresuramiento y hoy ya no tiene esa imagen de bloque colegiado que se rendiría ante los engolosinados del poder. Sin el contexto de protesta ciudadana las convicciones democráticas de cerca de la mitad de sus titulares habría sucumbido sin más, pero eso no pasó, al menos hasta ahora.
Seguramente habrá más cizaña y chicanas desde el oficialismo, pero la movilización ciudadana y cierta madurez del liderazgo partidario será muy difícil revertir esa debacle y los costos humanos pueden hacer que toda victoria del masismo sea pírrica después de esta voluntad reafirmada en homenaje al legado de la generación que pagó un precio altísimo para que la democracia sea.