Si la historia cruceña, desde la perspectiva del poder, ha sido la historia de la marginalidad política y el menosprecio del Estado boliviano; desde la perspectiva popular ha sido la historia de la rebeldía ciudadana. Si el Estado nacional te ignora durante siglo y medio, te reúnes en cabildos y te construyes. Si el Estado te oprime y te reprime los últimos 70 años, te reúnes en cabildos y le respondes y lo resistes. Por eso, la lección fundamental que Santa Cruz entrega a la democracia boliviana es el cabildo. Una lección de democracia ciudadana.
La Paz, en cambio, ha pensado al poder desde el poder. Por eso su historia es la historia de la centralidad. Durante siglo y medio ha imaginado la nación desde sí misma. Y cuando las regiones marginales y los oprimidos sociales lo exigieron, construyó una nación sujetándolos alrededor suyo desde 1952. Por eso, el aporte fundamental de La Paz al país ha sido la democracia representativa de la nación.
El cabildo cruceño, entonces, tiene dos grandes virtudes. Ha hecho evidente el desdén de los gobernantes por la masa. (De ahí la paradójica relevancia de los movimientos sociales aun si en sus peores momentos se degradan a corporaciones. De ahí, también, la desacralización de las elecciones porque -excepto el 52, el 82 y el 2005- no alcanzaron a establecer proyectos de país y apenas fueron momentos de elección de gobernantes). Ha materializado la relevancia de las minorías porque la mayoría electoral se ha degradado al caudillismo y al centralismo. Estas dos virtudes, entonces, han mantenido vigentes durante 70 años la pluralidad de visiones y la relatividad del poder.
La nación paceña también tuvo sus virtudes. Nos ha provisto de un componente fundamental de la modernidad que es la identidad -esa unidad comunitaria sustantiva- y la reiterada sensación de que la soberanía nacional emana del pueblo. 70 años de una narrativa nacional nos construyó como sujetos políticos.
El cabildo, sin embargo, tiene sus límites. Por un lado insiste con su límite regional. Las reivindicaciones y derechos que Santa Cruz pone sobre la mesa mantienen un marcado énfasis regional que hace muy difícil ‘nacionalizarlos’. Responsabilidad de sus intelectuales, sin duda, que hasta el día de hoy no es asumida. Por otro lado, el cabildo tiende a la unanimidad y esto contradice su virtud ‘minoritaria’ y la opción por una democracia plural.
La nación también tiene sus límites. El más evidente ha sido que no pudo trascender la condición colonial -la conversión constitucional de indígena a campesino lo demuestra-. Responsabilidad, obviamente, de sus intelectuales que no supieron reconocer el fundamental lugar del mundo indígena obnubilados por sus dogmas clasistas. El segundo límite ha sido, hasta hoy, el culto del caudillo -bárbaro o ilustrado- que ha rebajado la representatividad democrática a meras elecciones y abundantes gestos populistas.
¿Cuál es entonces, hoy, la lección política fundamental para Bolivia? ¿El legado nacional paceño o la democracia ciudadana cruceña?
Si pusiéramos el acento en la nación inconclusa, en su modernidad insuficiente, deberíamos responder que la prioridad es el establecimiento del Estado de derecho. Creo que nadie podría objetar la necesidad de esta tarea aun si, hay que reconocerlo, implica vivir obsesionados por el siglo XIX.
Si, en cambio, nuestra finalidad fuera la profundización de la democracia para hacer de todos los bolivianos ciudadanos libres e iguales, el cabildo se convierte en aquella lección que no es solamente la organización de una sociedad sino, sobre todo, la construcción de un poder compartido en el siglo XXI.
Las teorías contemporáneas de la democracia, aun si resaltan la deliberación racional, reconocen que la naturaleza de las decisiones adquiere legitimidad plena cuando son asumidas emocionalmente y no solo razonadamente. El cabildo, entonces, por su potencial de referendo, sobrepone el valor simbólico a la razón comunicativa. Cierto que la indeterminación decisional que esto implica genera tantas veces paradojas y desencantos, pero hoy eso, aun así, ha adquirido un enorme valor de legitimidad. La democracia no puede ser más el lugar de la certeza sino el momento del vacío de verdades; momento que demanda una constante participación ciudadana y, por tanto, la permanente respuesta a las crisis no con democracias fundamentalistas sino con más democracia, más pluralismo, más indeterminación.
Fue una maravilla nacional que “lindas montañas te vieron nacer, el Illimani tu cuna meció”. Hoy, “viva Santa Cruz, bella tierra de mi corazón”, es la emoción ciudadana del siglo XXI. Esta es la lección contemporánea de los ríos de pie a las montañas encendidas. Faltan, eso sí, los intelectuales que conviertan en discurso y materia lo que todavía es idea. Confío en que solo sea cuestión de tiempo. Pero creo que llegará, llegará.
Guillermo Mariaca Iturri
21, 11 2022