El siguiente artículo de Guillermo Mariaca explica la razón de ser del Comité de Defensa de la Democracia (CONADE). Sus reflexiones exploran las condiciones para que el CONADE nazca y los fines de su existencia en el momento político actual. El pulso democrático del pueblo, luego de la victoria del 21F, está siendo acremente vulnerado y denostado por el oficialismo. El CONADE ha despertado esperanza y un horizonte de lucha popular.
COMITÉ DE DEFENSA DE LA DEMOCRACIA
El momento que una sociedad se organiza para defenderse del abuso de su gobierno marca el principio del fin de ese gobierno. Y el principio del fin suele ser irreversible. Pero el fin no es lo peor que puede sucederle al gobierno. No sólo porque tarde o temprano el final es inevitable, sino porque, como diría ese refrán popular intervenido por un tono político, no se trata de subir primero sino de saber bajar. Claro que como se trata de una virtud democrática que no forma parte de la vida de un gobierno autoritario, aquel que sube a la mala baja a la peor.
Este miércoles 10 de enero –más vale tarde que nunca- se conformó el Comité de Defensa de la Democracia. Si estuviéramos en 1980 diríamos que llegó el momento del pueblo contra la dictadura y que la dictadura, a pesar de los estragos que su fuerza podía causar en el pueblo, tenía los días contados. Diríamos que la unión de todos y una potente dirección política –la COB- había alcanzado su lugar y que ese lugar enfrentaba la historia en el momento preciso. Pero no es 1980. El Comité no es el pueblo sino la memoria del pueblo.
Pero si este no es el pueblo, entonces, ¿el pueblo dónde está? Ya no está, el pueblo ya no existe. O, por lo menos, aquel extraordinario sujeto político que entonces se llamaba pueblo y condensaba nuestras mayores y mejores esperanzas. Aquel pueblo que era la epopeya minera y el horizonte de la revolución nacional. Hoy, ese horizonte es un crepúsculo, el final de la revolución nacional. La puesta de sol minera y la larga noche de los quince años campesinos que, en verdad, no son campesinos sino su farsa cocalera.
El pueblo, hoy, no es la respuesta de entonces: nacionalización de las minas y reforma agraria. Consignas que en su decadencia se convirtieron en gas para los bolivianos y Asamblea Constituyente con un gobierno indígena que resultó ser un gobierno estructuralmente corrupto. El pueblo, hoy, es la indignación de las clases medias que ya no recuerdan la revolución nacional-popular sino que aspiran y construyen un otro mundo democrático aunque todavía no esté definido.
Porque hay una enorme distancia entre la revolución nacional y la reforma intelectual y moral que es un país democrático. En un país democrático todas las agendas convergen (en la revolución nacional competían): la agenda indigenista se refuerza con la agenda ecologista y se profundiza con la agenda feminista. En un país democrático las ideologías no se hacen la guerra para eliminarse; disputan y debaten sus diferencias desde una ética republicana. En un país democrático ese sujeto social que es la clase media no pretende ninguna hegemonía sino, ‘apenas’, una política del bien común, una política ciudadana. No una dictadura proletaria o una revolución nacional, sino una convivencia cuyas reglas de juego orienten los debates intelectuales y morales. Porque este no es momento de las epopeyas de los héroes, sino un escenario en que se desenvuelven las vidas cotidianas y que, para hacerlo, requieren de certezas y confianzas, no de dictadores ni de mártires.
Por esto, aún si el Comité de defensa de la democracia persiste en el nombre de hace 35 años y tiene todavía en su dirección una COB fantasma, sus verdaderos protagonistas –los ciudadanos- ya no pretenden la revolución sino buscan la reforma. Ya no buscan derrocar a la dictadura que se perderá en la indiferencia de una mala pesadilla porque no supo bajar, sino derrotarla en las urnas. Ya no intentan interminables huelgas de hambre dura sino elaboran programas de transición que sean escenarios de debate. Ya no construyen avejentados partidos verticales y monolíticos, sino un enorme movimiento plural y flexible y horizontal y fluido.
Este Comité de defensa de la democracia, intuyendo su nuevo lugar en la historia, es, en verdad, la semilla de un movimiento ciudadano que está construyendo otra democracia. No esa que tuvimos hasta ahora y que se reducía al instante del éxtasis electoral una vez cada cinco años. Sino, reitero, otra democracia. Aquella en la que todos los ciudadanos decidiremos nuestro destino cada día. Todos los días.