En los últimos años se han acentuado los impactos ambientales negativos de casi todas las actividades económicas. Se ha diseminado la idea de que el país debe desarrollarse a base de grandes proyectos sacrificando la naturaleza como por ejemplo los bosques incendiados que en los últimos años llegan a alrededor de 50 millones de hectáreas. La naturaleza ha sido concebida más como un escenario vacío del que los hombres deben apoderarse y no como el conjunto de sistemas vivos de los cuales finalmente dependemos y que legaremos a las futuras generaciones. Las causas profundas que producen daño al medio ambiente se han convertido en políticas públicas.
Por esto, el desarrollo en Bolivia se ha mantenido como una cultura y una práctica del peor extractivismo.
