La impostura saltó a la vista en 2011, con el caso TIPNIS. Se desnudó por completo en 2016 cuando Bolivia dijo ¡No! No se les cree nada, ni la supuesta pelea en el MAS. Se la considera una simulación para sorprender a los demócratas del país y debilitar sus posibilidades electorales. Se la ve como una reyerta de forma por prebendas, corrupción e impunidad, fácilmente reversible. Se sospecha un juego de dos candidaturas azules para acaparar la representación legislativa y consolidar el poder total. En cualquier caso, se los sabe iguales, sin posible distinción entre uno menos y otro más malo; son coautores, cómplices y encubridores de todos los eslabones de la cadena del desastre en el cual el país está sumido.
Esa conciencia es parte de la victoria democrática que nos merecemos, la que la oposición nos debe.