Esta es la pregunta que nos presenta Gonzalo Rojas. Aquí indaga, brevemente, la importancia e implicancias del 21F. Este artículo publicado en Los Tiempos no ha perdido vigencia.
Sencillamente porque el pueblo, constituido como tal en la concurrencia a las urnas, dijo no al prorroguismo, dijo no a que los actuales presidente y vice se sigan reeligiendo teniendo el aparato del Estado a su disposición con la cada vez menor institucionalidad. Ya fue una audacia de la actual Constitución el que se permitiera dos periodos consecutivos -a diferencia de la precedente, donde solo era posible después de un periodo-, y aunque había el acuerdo político de contabilizar el primer periodo de Morales y García, explícito en la disposición transitoria primera, parágrafo II de ese mismo Cuerpo legal, éste fue burlado con el beneplácito del Tribunal Constitucional que los habilitó al actual tercer periodo. Como los desempeños electorales previos del MAS desde que es oficialista han sido en general exitosos, y queriendo asegurarse un cuarto se convocó al referéndum del pasado año y el rechazo fue mayoritario, como suelen ser en este tipo de decisiones, donde se tiende a polarizar entre las dos únicas opciones en disputa. Solo abiertas dictaduras ganan por porcentajes elevados, y a veces ni así. Pero en ninguna democracia digna de ese nombre se busca cambiar el resultado antes de cumplirse ese mandato. Un importante estudios contemporáneo de la democracia sostiene que esta necesita de “buenos perdedores” para sobrevivir.
No es poco mérito el despliegue ciudadano para ponerle un alto a un régimen que entiende la política en un sentido muy simple, derrotar “enemigos” electoralmente (y alguna maniobra “extra”, si es preciso) y hacer campaña, antes que gestión pública. A estas alturas, episodios de manejo prebendal y clientelar como el Fondioc y más recientemente la lógica de funcionamiento de la UPRE del Ministerio de la Presidencia, sólo tienen coherencia bajo ese prisma, el de asegurarse electorado fiel, no el de atender necesidades sociales con perspectiva de sostenibilidad y ciudadanización integral. Bajo tales premisas, es consecuencia lógica la ausencia de diálogo y debate público con distintos sectores, propio de una vida democrática que necesariamente incluye a la oposición y no es el monólogo descalificador de otras visiones al que está habituado el régimen en voz de sus principales funcionarios. Del mismo modo, la persistencia de servicios precarios (salud, educación, etc.) cuando no definitivamente deficientes como la provisión de agua potable en varias ciudades capitales. Desde luego que hay razones estructurales para estas dificultades, pero la disponibilidad de recursos inédita en nuestra historia no tiene correspondencia con un gobierno que debiera preveer y planificar respuestas adecuadas a ello. Para eso se necesita personal calificado, no simplemente adeptos, esos “chupa tetillas” del que habla el propio Presidente.
Nuestra dependencia de la explotación de recursos naturales, gas y minería, es hoy mayor que cuando empezó esta “era Evo”, sin embargo esa condición es acompañada de rimbombante propaganda que muy pocos creen. El periodismo de investigación, algunas de las más antiguas ONGs y algunos centros académicos, consiguen a duras penas algo de información para monitorear lo que quisiéramos fueran logros importantes para nuestra sociedad y la respuesta del régimen es la descalificación y una draconiana legislación a la que puede seguir la acción judicial –justamente del órgano que el propio gobierno reconoce con grandes limitaciones- contra esa curiosidad y mirada crítica imprescindible en una sociedad democrática, que fortalece así su ámbito público; pero ese no es nuestro caso.
La política hoy no es ni puede ser monopolio de unos cuantos “elegidos” por su proximidad al régimen y a los titulares transitorios de éste. El burdo maniqueísmo con el que actuales voceros se colocan en el polo “izquierda” lo que muestra es el desgaste de esa polaridad para cualquier análisis significativo, pues automáticamente invalidan al resto, negándoles cualquier intervención legítima, erosionando gravemente la cultura ciudadana y acercando al conjunto muy cerca al autoritarismo, como vemos en experiencias cercanas en la región, en larga y dolorosa crisis una vez que la figura del caudillo desaparece de escena, porque se revela mortal como todos. Los empeños de deificación al actual mandatario son verdaderamente a contramano de procesos de modernización democrática. Incluso ahora puede tener las complejidades de configurar una democracia intercultural que recupere rasgos señeros de lo que la Constitución (Art. 11) denomina “democracia comunitaria”, como el turno o muyu, que es precisamente la alternabilidad en cargos de responsabilidad, que no privilegio vitalicio ni acumulación de prerrogativas. Del mismo modo, los cantos de pachamamismo, cuya figura visible fue el excanciller, en vez de inteligente ecologismo ha devenido en un fiasco folklorizante del régimen que pone en riesgo el futuro de las inmediatas generaciones de conciudadanos y conciudadanas con la continuidad extractivista. Por eso me sumo a la fiesta ciudadana, para que haya la renovación ya decidida.
*Politólogo y profesor universitario.
Publicado en Los Tiempos, Cochabamba, 20 de febrero del 2017. También en ANF, La Paz, 20 de febrero del 2017. Y también en “Ideas” suplemento dominical de Página Siete, La Paz, 19 de febrero de 2017.