El fascismo no es una ideología, no es izquierda ni de derecha. Es el ejercicio ilimitado del poder por medios violentos cooptando organizaciones de la sociedad civil para instrumentalizarlas en nombre de un estado sacralizado, encabezado por un caudillo así mismo sagrado, conductor del pueblo –los que apoyan y obedecen a ese estado y a su caudillo– hacia un destino maravilloso, enfrentando a un enemigo en una lucha que puede prolongarse mucho tiempo. El fascismo se opone a la persona, a su dignidad, a sus derechos. A la democracia. A la libertad. Fascista es, por tanto, quien forma parte de la estructura del poder omnímodo que se descarga sobre la gente, no el ciudadano común. Esa es la clave que descubre la impostura de la Ley contra el Fascismo propuesta por Maduro en Venezuela para profundizar la represión del poder sobre personas y grupos disidentes y opositores, con un discurso que la justifica a nombre de la democracia. Es el totalitarismo vestido de democracia, un loro diciendo loro.
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